PORNO
E INTERNET
La
pornografía, hasta hace poco tiempo un fenómeno marginal, ha pasado
a ocupar un espacio cada vez más amplio dentro de la cultura
popular. Muchas cosas han cambiado desde los primeros tiempos
de Playboy:
cada vez hay más pornografía, cada vez es más “dura” en sus
formas y cada vez suscita menos rechazo social. Su aceptación ha
terminado por ser considerada signo de liberalidad; su rechazo, una
muestra de conservadurismo.
Las
nuevas tecnologías han sido bálsamos para la pornografía: el video
permitió el acceso a las películas porno sin necesidad de ir a
oscuros cines de mala muerte, las grandes cadenas de hoteles
incluyeron canales porno en su oferta y el teléfono primero —e
Internet después— permitieron que la pornografía llegara
directamente al hogar del cliente. De la misma manera que el video
permitió la aparición de las películas caseras y el porno ayudó
al desarrollo de las ventas del video, Internet ha propiciado la
reaparición de formas de pornografía amateur prácticamente
desaparecidas desde los años setenta.
Para
investigar esta eclosión, la autora ha hablado y entrevistado a
numerosos investigadores y terapeutas pero también a muchos
consumidores de porno en cualquiera de sus variedades. El libro está
basado en más de cien entrevistas, algunas de ellas muy
interesantes. Vemos ahí al ejecutivo que perdió su empleo por ver
porno en línea desde la computadora de su empresa, al empleado de
una compañía de petróleo que pasa el 25% de su tiempo laboral
mirando páginas web pornográficas, a la esposa que está celosa de
las modelos que su cónyugue admira en línea, a la novia que ha
recibido como regalo de su novio cintas pornográficas, al dentista
al que le gustan las fotos de adolescentes, aunque no necesariamente
la pornografía infantil, y después tiene que trabajar con niñas
todo el día.
El
libro empieza por analizar los efectos de la pornografía sobre
hombres y mujeres adultos y la forma en que ésta es percibida de
forma distinta por ambos géneros. La forma en que las mujeres han
pasado a ser un grupo que de forma creciente ve pornografía y las
distintas actitudes de las feministas frente al fenómeno ocupan
muchas de las páginas de esta primera parte.
¿Qué
efectos causa la pornografía? Varios capítulos están dedicados a
esta materia. Para muchos de los entrevistados el porno es adictivo
y, como todas las adicciones, puede causar la necesidad de aumentar
el número de dosis o la fuerza de las mismas. Es interesante
constatar que el consumo de pornografía puede tener efectos
contrarios a los esperados sobre la libido masculina; en este libro
nos encontramos, por ejemplo, con gente a la que el exceso de consumo
le impide comportarse de forma natural en el mundo real, vemos
también como las modelos porno y las streapers
se
han convertido en un modelo inalcanzable (lo mismo pasa con las
modelos de moda y es extraño que la autora no relacione ambos casos)
para muchas mujeres.
El
tipo de relaciones retratadas por el porno industrial, en el que
todos los hombres son titanes y todas las mujeres multiorgásmicas,
no requiere de la intimidad como paso previo al sexo y ello afecta
también la forma en que las parejas, sobre todo las crecidas estos
últimos veinte años, han pasado a relacionarse. Por otra parte el
consumo de pornografía ofrece una imagen completamente alterada de
las relaciones de pareja. La autora llega a afirmar que la
pornografía, casi inofensiva para un adulto capaz de distinguir
realidad de ficción, puede ser peligrosa para adolescentes y
preadolescentes que tienen a través de la misma su primer contacto
con el sexo.
Internet
ocupa buena parte del libro. La pornografía en línea, la más
peligrosa porque puede ser consumida por cualquiera con acceso a una
computadora independientemente de su edad y condición, se ha vuelto
cada vez más radical, más grosera, más violenta y deshumanizada.
Gastos mínimos, amplios márgenes de ganancia, ausencia de leyes que
cubran toda la red y mucha competencia, han hecho que los pornógrafos
en línea tengan que subir cada vez más el listón hasta incluir de
forma regular en sus sites tipos de pornografía y fetiches que
apenas si existían entre el material impreso.
En
defensa de sus tesis, la autora cita un estudio del año 2000 que
liga las nuevas tecnologías a la reaparición de formas de
pornografía que se creían ya desaparecidas. Por ejemplo la infantil
que desde los años setenta se había considerado prácticamente
extinta en los Estados Unidos. Entre 1996 y el 2004, el FBI ha tenido
23 veces más casos que desde 1970 a 1996. Internet no sólo da un
servicio a los aficionados a este tipo de porno sino que además crea
la necesidad por formas más específicas y normalmente más
degradantes del mismo.
Así,
un libro que había empezado —tanto el texto como la investigación
previa— desde la neutralidad y la falta de prejuicios se transforma
gradualmente en un texto contra la pornografía que si bien evade los
tópicos sobre la moralidad o las tesis anteriores basadas en la
religión, coloca la pornografía al mismo nivel que el consumo de
tabaco:
Durante muchos años otra industira insistió que sus productos no causanan daños. Propietarios de corporaciones, empleados y consumidores se burlaban de los estudios que relacionaban el tabaco con el cancer y el enfisema. Líderes de esa industria se presentaron ante el Congreso y testificaron que el tabaco no creaba adicción. Todos los americanos debían poder escoger si fumaban. Nada debía interponerse frente a su libertad. Los cigarrillos, explicaban, no eran peligrosos.
Durante muchos años otra industira insistió que sus productos no causanan daños. Propietarios de corporaciones, empleados y consumidores se burlaban de los estudios que relacionaban el tabaco con el cancer y el enfisema. Líderes de esa industria se presentaron ante el Congreso y testificaron que el tabaco no creaba adicción. Todos los americanos debían poder escoger si fumaban. Nada debía interponerse frente a su libertad. Los cigarrillos, explicaban, no eran peligrosos.
El
derecho a acceder a la pornografía puede ser defendido desde muchos
aspectos y la autora da la palabra a algunos de sus defensores, que
se centran sobre todo en la libertad de palabra, algo que la autora
no discute, lo que la lleva a conducir el debate hacia el terreno de
la salud pública. Pamela Paul cree que la pornografía debe
limitarse como se limita el consumo de productos nocivos. No niega el
derecho de los adultos a consumirla pero hace notar que la edad de
los consumidores está bajando cada vez más y que cuando se habla de
pornografía infantil ya no se está hablando tan sólo de la
pornografía que usa niños como modelos sino de la pornografía que
están viendo los niños.
La
propuesta de la autora no es la censura, ni siquiera la censura
familiar, sino la regulación. De la misma manera que es ilícito
vender tabaco a un menor, de la misma manera que es ilícito en los
Estados Unidos venderle pornografía en un sex
shop deberían
de haber también filtros que impidieran a los menores acceder a la
misma en la Red. En lugar de eso, ahora sites dedicados a los juegos
en línea tienen pop ups con propaganda de sites porno. En cualquier
caso la autora lleva el debate desde su campo habitual (moralidad
contra libre expresión) a otro en el que se trata de salud pública
y el uso de la tecnología.
El
libro está bien escrito y bastante documentado, pero
desgraciadamente toda esa documentación se refiere únicamente al
caso norteamericano. En este terreno, como en otros muchos, no creo
que la excepción norteamericana pueda aún servir de modelo a los
demás países y sobre todo no a países que han tenido
tradicionalmente una actitud más abierta frente al sexo o a aquellos
que tienen buenos programas de educación sexual en sus escuelas.
Pornified:
How Pornography Is Transforming Our Lives, Our Relationships, and Our
Families
Pamela Paul
Times Books, Henry Holt and Company, 2005
Pamela Paul
Times Books, Henry Holt and Company, 2005
Ahora leyendo un poco tu nota. Recuerdo precisamente cuando habia que ir a cines muy oscuros y extraños a ver porno amateur. Jaja era realmente una cosa de época. Y si, porque hoy ya no existen. Almenos no tantos como antes.
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