lunes, 27 de marzo de 2017

HABLANDO DE INTERNET. I: El porno...




PORNO E INTERNET
La pornografía, hasta hace poco tiempo un fenómeno marginal, ha pasado a ocupar un espacio cada vez más amplio dentro de la cultura popular. Muchas cosas han cambiado desde los primeros tiempos de Playboy: cada vez hay más pornografía, cada vez es más “dura” en sus formas y cada vez suscita menos rechazo social. Su aceptación ha terminado por ser considerada signo de liberalidad; su rechazo, una muestra de conservadurismo.
Las nuevas tecnologías han sido bálsamos para la pornografía: el video permitió el acceso a las películas porno sin necesidad de ir a oscuros cines de mala muerte, las grandes cadenas de hoteles incluyeron canales porno en su oferta y el teléfono primero —e Internet después— permitieron que la pornografía llegara directamente al hogar del cliente. De la misma manera que el video permitió la aparición de las películas caseras y el porno ayudó al desarrollo de las ventas del video, Internet ha propiciado la reaparición de formas de pornografía amateur prácticamente desaparecidas desde los años setenta.
Para investigar esta eclosión, la autora ha hablado y entrevistado a numerosos investigadores y terapeutas pero también a muchos consumidores de porno en cualquiera de sus variedades. El libro está basado en más de cien entrevistas, algunas de ellas muy interesantes. Vemos ahí al ejecutivo que perdió su empleo por ver porno en línea desde la computadora de su empresa, al empleado de una compañía de petróleo que pasa el 25% de su tiempo laboral mirando páginas web pornográficas, a la esposa que está celosa de las modelos que su cónyugue admira en línea, a la novia que ha recibido como regalo de su novio cintas pornográficas, al dentista al que le gustan las fotos de adolescentes, aunque no necesariamente la pornografía infantil, y después tiene que trabajar con niñas todo el día.
El libro empieza por analizar los efectos de la pornografía sobre hombres y mujeres adultos y la forma en que ésta es percibida de forma distinta por ambos géneros. La forma en que las mujeres han pasado a ser un grupo que de forma creciente ve pornografía y las distintas actitudes de las feministas frente al fenómeno ocupan muchas de las páginas de esta primera parte.
¿Qué efectos causa la pornografía? Varios capítulos están dedicados a esta materia. Para muchos de los entrevistados el porno es adictivo y, como todas las adicciones, puede causar la necesidad de aumentar el número de dosis o la fuerza de las mismas. Es interesante constatar que el consumo de pornografía puede tener efectos contrarios a los esperados sobre la libido masculina; en este libro nos encontramos, por ejemplo, con gente a la que el exceso de consumo le impide comportarse de forma natural en el mundo real, vemos también como las modelos porno y las streapers se han convertido en un modelo inalcanzable (lo mismo pasa con las modelos de moda y es extraño que la autora no relacione ambos casos) para muchas mujeres.
El tipo de relaciones retratadas por el porno industrial, en el que todos los hombres son titanes y todas las mujeres multiorgásmicas, no requiere de la intimidad como paso previo al sexo y ello afecta también la forma en que las parejas, sobre todo las crecidas estos últimos veinte años, han pasado a relacionarse. Por otra parte el consumo de pornografía ofrece una imagen completamente alterada de las relaciones de pareja. La autora llega a afirmar que la pornografía, casi inofensiva para un adulto capaz de distinguir realidad de ficción, puede ser peligrosa para adolescentes y preadolescentes que tienen a través de la misma su primer contacto con el sexo.
Internet ocupa buena parte del libro. La pornografía en línea, la más peligrosa porque puede ser consumida por cualquiera con acceso a una computadora independientemente de su edad y condición, se ha vuelto cada vez más radical, más grosera, más violenta y deshumanizada. Gastos mínimos, amplios márgenes de ganancia, ausencia de leyes que cubran toda la red y mucha competencia, han hecho que los pornógrafos en línea tengan que subir cada vez más el listón hasta incluir de forma regular en sus sites tipos de pornografía y fetiches que apenas si existían entre el material impreso.
En defensa de sus tesis, la autora cita un estudio del año 2000 que liga las nuevas tecnologías a la reaparición de formas de pornografía que se creían ya desaparecidas. Por ejemplo la infantil que desde los años setenta se había considerado prácticamente extinta en los Estados Unidos. Entre 1996 y el 2004, el FBI ha tenido 23 veces más casos que desde 1970 a 1996. Internet no sólo da un servicio a los aficionados a este tipo de porno sino que además crea la necesidad por formas más específicas y normalmente más degradantes del mismo.
Así, un libro que había empezado —tanto el texto como la investigación previa— desde la neutralidad y la falta de prejuicios se transforma gradualmente en un texto contra la pornografía que si bien evade los tópicos sobre la moralidad o las tesis anteriores basadas en la religión, coloca la pornografía al mismo nivel que el consumo de tabaco:
Durante muchos años otra industira insistió que sus productos no causanan daños. Propietarios de corporaciones, empleados y consumidores se burlaban de los estudios que relacionaban el tabaco con el cancer y el enfisema. Líderes de esa industria se presentaron ante el Congreso y testificaron que el tabaco no creaba adicción. Todos los americanos debían poder escoger si fumaban. Nada debía interponerse frente a su libertad. Los cigarrillos, explicaban, no eran peligrosos.
El derecho a acceder a la pornografía puede ser defendido desde muchos aspectos y la autora da la palabra a algunos de sus defensores, que se centran sobre todo en la libertad de palabra, algo que la autora no discute, lo que la lleva a conducir el debate hacia el terreno de la salud pública. Pamela Paul cree que la pornografía debe limitarse como se limita el consumo de productos nocivos. No niega el derecho de los adultos a consumirla pero hace notar que la edad de los consumidores está bajando cada vez más y que cuando se habla de pornografía infantil ya no se está hablando tan sólo de la pornografía que usa niños como modelos sino de la pornografía que están viendo los niños.
La propuesta de la autora no es la censura, ni siquiera la censura familiar, sino la regulación. De la misma manera que es ilícito vender tabaco a un menor, de la misma manera que es ilícito en los Estados Unidos venderle pornografía en un sex shop deberían de haber también filtros que impidieran a los menores acceder a la misma en la Red. En lugar de eso, ahora sites dedicados a los juegos en línea tienen pop ups con propaganda de sites porno. En cualquier caso la autora lleva el debate desde su campo habitual (moralidad contra libre expresión) a otro en el que se trata de salud pública y el uso de la tecnología.
El libro está bien escrito y bastante documentado, pero desgraciadamente toda esa documentación se refiere únicamente al caso norteamericano. En este terreno, como en otros muchos, no creo que la excepción norteamericana pueda aún servir de modelo a los demás países y sobre todo no a países que han tenido tradicionalmente una actitud más abierta frente al sexo o a aquellos que tienen buenos programas de educación sexual en sus escuelas.

Pornified: How Pornography Is Transforming Our Lives, Our Relationships, and Our Families
Pamela Paul
Times Books, Henry Holt and Company, 2005

1 comentario:

  1. Ahora leyendo un poco tu nota. Recuerdo precisamente cuando habia que ir a cines muy oscuros y extraños a ver porno amateur. Jaja era realmente una cosa de época. Y si, porque hoy ya no existen. Almenos no tantos como antes.

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