miércoles, 12 de junio de 2019

EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO (dos poemas de Jorge Luis Borgés)

I

Bajo el yelmo quimérico el severo
perfil es cruel como la cruel espada
que aguarda. Por la selva despojada
cabalga imperturbable el caballero.

Torpe y furtiva, la caterva obscena
lo ha cercado: el Demonio de serviles
ojos, los laberínticos reptiles
y el blanco anciano del reloj de arena.

Caballero de hierro, quien te mira
sabe que en ti no mora la mentira
ni el pálido temor. Tu dura suerte

es mandar y ultrajar. Eres valiente
y no serás indigno ciertamente,
alemán, del Demonio y de la Muerte.



II

Los caminos son dos. El de aquel hombre
de hierro y de soberbia, y que cabalga,
firme en su fe, por la dudosa selva
del mundo, entre las befas y la danza
inmóvil del Demonio y de la Muerte,
y el otro, el breve, el mío. ¿En qué borrada
noche o mañana antigua descubrieron
mis ojos la fantástica epopeya,
el perdurable sueño de Durero,
el héroe y la caterva de sus sombras
que me buscan, me acechan y me encuentran?
A mí, no al paladín, exhorta el blanco
anciano coronado de sinuosas
serpientes. La clepsidra sucesiva
mide mi tiempo, no su eterno ahora.
Yo seré la ceniza y la tiniebla;
yo, que partí después, habré alcanzado
mi término mortal; tú, que no eres,
tú, caballero de la recta espada
y de la selva rígida, tu paso
proseguirás mientras los hombres duren.
Imperturbable, imaginario, eterno.



En Elogio de la sombra (1969)

domingo, 17 de marzo de 2019

APRENDER A MORIR. Una conversación con Ernst von Salomon

Las páginas siguientes han salido de una importante conversación de varias horas, concedida a Jean-Jose Marchand, el 1 y 2 de julio de 1972—por Ernst v.Salomon poco antes de morir. Este texto fue publicado previamente en el Nº 4-5 de la revista Exil en 1975 y en fecha más cercana en la revista Eurasia, diciembre de 2006. Esta es su primera traducción al castellano.
El joven Cadete
A los once años abandonó usted su familia para entrar en un pensionado. Háblenos de esa experiencia.
Vivíamos en Franckfurt donde mi padre era funcionario de la policía. Fui a una Musterschule, disculpe la expresión, que significa «escuela muy privilegiada», después al Liceo Lessing, muy exclusivo. Pero no me distinguí particularmente y mi padre me inscribió en el Kadettenkorps—los Cadetes Reales de Prusia, primero en Karlsruhe. Por decirlo así no volví a tener más contacto con mi familia. Yo era «cadete», descubrí una nueva patria, un mundo nuevo.

Un mundo muy duro. La educación en el Kadettenkorps, tenía un objetivo preciso, como ya conté en mi libro Los cadetes. Nuestra primera lección nos fue dada por un teniente: «Señores»—porque a los diez años ya nos hablaban de usted... «Señores están aquí para aprender a morir».

Esto me gustó mucho: encontraba que era algo mágnifico: las virtudes que me fueron enseñadas eran las más fuertes que podían surgir de la idea de nación: determinaron toda mi existencia. Soy un cadete, con una formación de cadete—aunque debo confesar que no me gustaba serlo. Esa educación me marcó, más allá de las ideas políticas o nacionales. La palabra Prusia encerraba para mi una patria, no debido al azar biológico de mi nacimiento, sino como noción espiritual. No encuentro en ningún otro Estado una idea nacional como la que se vivía entonces en Prusia. Cuando digo que soy prusiano, no quiero decir que Prusia podría renacer bajo su forma anterior—eso está muerto— o que pueda ser reconstruida, o que exista una capa social lo suficientemente importante como para resucitar a Prusia. No. Ha existido como ejemplo, espiritual, el espíritu prusiano. Cuidado: no existe filosofía prusiana, conceptos prusianos. Existe una actitud prusiana. He estudiado mucho a Bismarck, que es considerado como el protoripo del prusiano. Pero no encontraréis la palabra Hegel, ni en sus libros, ni en sus discursos, ni en sus cartas. Ahora todo el mundo dice que Hegel es el inventor, el filósofo, de la idea nacional prusiana. Bismarck hizo sus estudios en Gotinga, en el momento en que Hegel, el gran filósofo de la prusianidad enseñaba en Berlin, Hegel, famoso en el mundo entero y que biológicamente tampoco era prusiano sino Suavo. Pero es la vida de Bismarck la que demuestra, si puedo emplear ese término, lo que quiero decir. Vivía de la experiencia, de la actitud, de la tradición prusiana.

Su edad no nos permite participar en la primera guerra mundial. ¿Podría hablarnos de ese periodo?
Ah sí, ya ve, esto se relaciona estechamente. Cuando la guerra llegó a su fin, no tenía ni un sólo deseo: participar. Era demasiado joven, yo no podía. En aquel momento, en el Kadettenkorps, rezábamos para que la guerra continuase para poder ir; es el verdadero espíritu de cuerpo; en el prólogo de mi libro Los Cadetes, he escrito que honro a los Cadetes de Saumur que atacaron a los carros de combate alemanes en uniforme de gala; eso significaba, según yo, que el espíritu de cuerpo estaba vivo entre ellos, incluso si no eran prusianos, incluso si eran franceses. Me gustaría decir que, para mi, Clemenceau, de Gaulle, como personajes, como políticos, como estadistas, son prusianos franceses. Es un poco exagerado, pero como comprenderéis. Ese espíritu me llevó directo, cuando llegó la derrota, en 1918, al Freikorps, los Cuerpos Francos. Me uní a los soldados y rápidamente esos soldados, en medio de la revolución, se convirtieron en los soldados del Estado. Era el Estado lo que importaba. Naturalmente, era monárquico. Pero al mismo tiempo que éramos monárquicos, nos hacía falta ser más firmes que el monarca, que había huido. En consecuencia permanecimos, pero no teníamos nada que ver con los objetivos políticos a los que servíamos.

Era la «revolución». En Alemania no teníamos una Revolución sino una guerra civil latente, a lo largo de los años veinte; el proletariado que combatió verdaderamente en la calle; pero la burguesía se hizo defender por los Cuerpos Francos que, en el fondo no tenían nada que ver con la burguesía, estando en las fronteras y en el interior, al servicio del Estado.

En 1920—tiene usted dieciocho años—estalla el Putsch de Kapp y Lütwittzi. En algunas ocasiones ha saludado usted ese suceso como un acto positivo, destinado a restaurar el orden. Algunas veces lo ha hecho con escepticismo ¿Qué piensa hoy?
Eso también salió del espíritu del Freikorps, que me gustaría señalar como espíritu prusiano.
Era algo muy extraño, Presentia una revolución que se acercaba. Una revolución comienza por la revuelta de las ideas y acaba en las barricadas. Y nosotros, con la locura de la historia, nos subimos a todas las barricadas, pero no habíamos precisado nuestras propias ideas. Hubo que repensarlo todo: el concepto del Estado, el concepto de nación, todo aquello que hasta entonces había servido de base para el pensamiento político.

Fue la única bendición de los años veinte, los «felices veinte» como a veces se los llama, esos años veinte que considerados desde un punto de vista histórico, fueron años atroces: una tentativa de renovación grandiosa, una tentativa que ahogó las verdaderas formas de democracia; porque quiero insistir sobre esto; hasta nuestros días, la democracia no ha sido conocida por nosotros, los alemanes, nos ha sido impuesta después de que perdiésemos la guerra, y no bajo las formas en que hubiéramos podido crearlas nosotros mismos. Y aún es así.

Participé en todos los Putschs, Participé en el de Kapp en 1920, en la formación de la Brigada Ehrhardtii, pero ese putsch debía fracasar y para mi es bueno que fracasase, porque estaban ausentes las condiciones que hubieran podido, en aquel momento, colocar el poder entre las manos de los nacionalistas alemanes; y el poder, no hubieran podido utilizarlo correctamente. Desde que comprendí que no existían las condiciones espirituales para mi voluntad política dejé de lanzarme a la acción. Yo era muy joven. Tenía sólo diecinueve años cuando me encontré implicado en el suceso que determinó toda mi existencia de una forma muy distinta a como me lo había imaginado.

Fui a unirme a una pequeña tropa—Goethe dice que siempre ha que escoger la tropa más pequeño; había escogido la más pequeña y activa, la del Capitan Erhardt cuando hizo su intentona. El putsch había fracasado. Habíamos luchado en la Alta Silesia y en las fronteras, como formación de autodefensa. Participé también en acciones contra los separatistas renanos; después entré en los ambientes de la Liga, y allí éramos tan sólo unos pocos, una treintena, los más activos de los cuerpos francos, de la Brigada de Voluntarios Erhardt.

El verdadero cerebro del movimiento era un joven de veinticuatro años, Erwin Kern—era de nuevo el destino, puesto que en el Kadettenkorps me habían dicho: «Habéis venido para aprender a morir» —Kern partía del punto de vista: «No nos pegamos un tiro en la cabeza cuando perdimos la guerra así que hemos violado nuestro juramente a la bandera; en el fondo estamos ya muertos». Esa era, tengo que decirlo, la consigna de los anarquistas. Me convertí en autor de atentados, con la voluntad, la conciencia de que eso significaría mi muerte.

En esa época comprendí el principio de la «tropa perdida» de la Edad Media. Cuando dos ejércitos se acercaba, formaban dos masas llevando picas, entre las dos se situaba la «tropa perdida». Gente que no llevaba sino una larga espada que llevaban a dos manos, que sólo podían empuñar a dos manos. Llegaban, precipitándose sobre la masa enemiga, para abrir una brecha. Si de entrada no lo lograban, eran atravesados por las lanzas. Ese concepto romántico, adquirido en lecturas, pero que se correspondía a mi educación, me llevó a Kern.

Hasta aquel momento, la OC no existía. La policía prusiana sabía que el capitan Erhardt continuaba su agitación en Baviera y que operaba bajo el nombre de un Consul. La policía llamó a eso Operación Consul. Cuando nos enteramos, nos gustó mucho, porque esa fórmula mágica, inventada por la policía, nos abría todas las puertas. No teniamos nada más que decor: «Órdenes del Jefe. Operación Consul». Consiguiamos todo lo que queríamos. Recibimos coches, armas. Queríamos liquidar a todos los políticos lo que existían en Alemania favorables a la política «realista». Queríamos matarlos uno trás de otro, hasta que el pueblo se despertase.

Era, de nuevo, una idea errónea de la revolución.
Por ejemplo, cuando matamos al Ministro Rathenau—era el más importante de todos—el pueblo se alzó, pero contra nosotros. A pesar de la gran ola nacionalista. Una hora después del atentado yo ya sabía que nos habíamos equivocado, que de nuevo habíamos fracasado completamente. Supe también que a lo largo de toda mi vida permanecería bajo la sombra de aquel asunto: sin embargo sentía que, cuando uno se encuentra en la sombra, no puede escapar sino proyectando su propia luz.

En efecto, el capitan Erhardt, jefe de la Organización Consul, fue condenado por el asesinato de Rathenau—que por otra parte no aprobó Ernst Jünger.
Rathenau fue asesinado a su regreso de Rapallo, es decir en el momento en que acababa de inauguerar la politica de aproximación a Rusia, y muchos conservadores eran favorables a esa política de acercamiento con Rusia. ¿Querría explicarnos esa compleja situación?
Sí. Tenía, naturalmente, la opinión del chico de diecinueve años que era entonces, sin una visión de conjunto. Rathenau volvía—no de Rapallo sino de Ginebra—de concluir con Occidente, sobre todo con Lloyd George, un arreglo razonable de las reparaciones de guerra demasiado pesadas, inflingidas a Alemania. Es Poincaire, que por así decirlo, empujó a Rathenau a ponerse de acuerdo con los rusos, para asegurarse una contrapartida frene a las exigencias francesas. Se puso tambien en contacto con Lloyd George. Pero la politica francesa hizo temer que el acuerdo entre rusos y alemanes inaugurase una alianza futura que tendría por objetivo chantajear a Francia, es decir a Occidente—lo que no era parte de las intencions de Rathenau. Como usted sabe, incluso recientemente, el Canciller Adenauer no quería no oir hablar de Rathenau debido a Rapallo. Decía: «Nunca más Rapallo, ninguna alianza con los rusos, eso nos aleja de Occidente».

Nosotros, los jóvenes, habíamos llegado en pleno crecimiento en medio de esas complicadas circunstancias y dijimos: «No queremos pagar nada». Ese fue el lado pasional de aquel asunto. El error, es que pensábamos que podríamos realizar una revolución. Aquella revolución no tuvo lugar. Es cierto que algunos grupos políticos, ya en aquel momento, llevaban una política personal. No hablo de los nacionalsocialistas, hablo del ejército, de la Reichswehr. Quiero decir que en aquella época el Abwher, [El general] von Seeckt, mantenían importantes contactos con los rusos, los aviadores alemanes eran formados en Rusia, tropas armadas alemanas también. En un momento dado, Rathenau debió reconocer que su política de Rapallo no era aceptable para los franceses. En aquel instante, en aquel momento histórico, llegamos sin saber nada de eso, disparamos. Esa es nuestra culpa; pusimos fin a la posibilidad de una política que era absolutamente adecuada y que nos hubiera podido hacer progresar políticamente.

Un hombre como el capitan Erhardt lo había comprendido; aquel hombre no era aquello por lo que lo hacíamos pasar, es decir un combatiente activo. Ciertamente era un hombre de acción; y los jóvenes que lo seguían eran hombres de acción; y cuando esos hombres se pasaban de la raya—eso le honra—se colocaba delane suyo y les servía de escudo. El capitan Erhardt ha muerto recientemente, a la edad de noventa años y, hasta el final, los dos permanecimos bastante alejados el uno del otro, ya que yo era el otro, ya que yo era uno de esos jóvenes que habían sido protegidos por él sin que hubiera podido convertirnos a su política. Creo que lo rompieron por culpa nuestra, al capitan. Su concepto era mucho más simple, dirigida contra la derecha burguesa; estábamos contra la burguesía, estábamos a favor de la aventura, a favor de la revolución, una revolución dirigida contra la burguesía.

En su obra, no hay ni una frase antisemita y su compañera ha sido por largo tiempo una judía. ¿Pero cómo era tan fuerte el antisemitismo en Alemania en aquel momento?
No había antisemitismo en Prusia. Nunca hubo guettos en Prusia.
Durante una reunión de la Dieta, el siglo pasado, se planteó la cuestión judía: «¿Por qué no puede un judío convertirse en oficial o funcionario en Prusia?» Y Bismarck, como diputado conservador, contestó atribuyéndolo todo a la religión: «Cuando un judío practicante se convierte en funcionario, o en oficial, se encuentra necesariamente en conflicto con su conciencia por el simple hecho de que los judíos respetan el Sabbath y no pueden hacer nada durante sus días feriados, eso crea crea una conflicto con su concueencia».

Ahora bien, Rathenau nunca perteneció a ninguna comunidad judía. Mucha gente ignoraba incluso que fuera judío. En sus obras, habla de «hordas asiáticas en tierras brandemburguesas». Era coracero, y cuando, como coracero, quiso hacerse oficial de su regimiento, no pudo conseguirlo. Le dijeron: «Primero hay que cambiar de religión». Entonces Rathenau dijo que no, porque no podía pagar ese precio. No porque profesase el judaísmo, sino porque consideraba falsa esa forma de plantear el problema.

Pero habían también en Prusia provincias que eran católicas. Allí sí habian habido ghettos, y alló los judíos debieron luchar por su libertad.

La marcha de la brigada Erhardt comenzaba con estas palabras: «Cruz gamada en el caso ce acero». ¿Pero que significaba la cruz gamada para aquellos jóvenes?
La cruz de ganchos (Hakenkreutz), se habla de rueda solar o de otras cosas así. Pero el gancho representa la duda, una duda contra la cruz, porque la cruz es un emblema universalista, el de una religión destinada a todos los pueblos. Siempre hay algo de pagano en la cruz gamada.

En Francia sólo en el País Vasco se encuentra también la cruz gamada, por otra parte invertida. Un frances nos ilustra al respecto: Gobineau, con su teoría de las razas ha interpretado un papel importante en la literatura alemana y los los nacionalsocialistas se inspiraron en él; literariamente se ha invocado la pureza de la raza, aunque pocos pueblos esten más mezclados que el alemán. Pero para nosotros lo que expresaba la Cruz Gamada era un deseo de unidad. Por otra parte, ese emblema no era único llevado por la Brigada Erhardt, algunos preferían la calavera. Es una idea curiosa sentirse ligado así a la muerte. Ya lo había constatado Clemenceau, cuando dijo: «Los alemanes aman la muerte. Esto les diferencia de otros pueblos». Esto se aplica a los prusianos y no a otros alemanes. Aman la muerte.

Después del asesinato va usted a Munich, junto al capitan Erhardt. Quisiera que nos hablase de la personalidad de Erhardt.
Era entonces mi capitán. Era el comandante de la unidad en que estaba y lo conocía. Era oficial de marina. Su padre era pastor en Lörch y la familia venía de Suiza. No era prusiano. En la marina alemana, había muchos alemanes del Sur.

Erhardt no era un político destacable. Era un soldado honesto y protegía a sus hombres. Buscaba reúnir todas las organizaciones nacionales. Ahora bien, entre esas organizaciones, había un pequeño partido—siete hombres, con uno a la cabeza que sabía hablar. Eso, ninguno de los viejos oficiales, ninguno de nosotros, sabía haerlo. Es así como Hitler fue contratado por el Bloque Nacional, como nos denominábamos, como orador. Es como orador que Hitler logró ser influyente, como se apropió de todas las ideas que se le llevaban, que las probó, reteniendo todo aquello que podría atraer a las masas.

Constatemos que Hitler siempre indicó como profesión: escritor, pero siempre declaró en sus discursos que los grandes revolucionarios de la historia mundial no eran nunca escritores, sino siempre oradores. Ahí tenía razón. Es un hecho cierto que los grandes héroes populares no era intelectuales sino oradores. Ahora bien, nosotros, al contrario que Hitler, estábamos por el Estado y no por el Pueblo. Es tal vez en ese punto que la divergencia de nuestro pensamiento, en el seno del nacionalismo alemán, fue más reveladora.

Los proscritos fueron un éxito mundial y quisiera plantearle dos cuestiones al respecto. Primera pregunta: las razones de ese éxito en Alemania en el plano literario, e la medida en que marcaba definitivamente un retorno a la objetividad contra el expresionismo (en su manera de tratar la prosa alemana). Segunda cuestión: su contenido.
Durante mi proceso, veía al tribunal como un conjunto que funcionaba maravillosamente pero que no me preocupaba. Mi proceso era interior, mi experiencia del asunto; los hechos evocados por el tribunal no tenían nada que ver con mi acto. Tenía el sentimiento de que debía operar una síntesis a partir de esa esquizofrenía de los hechos, del proceso y de la experiencia interior del acusado. En prisión, recapitulé e intenté contar esa historia. Esa forma de escribir fue tomada como nueva porque yo había «descubierto»—si oso apropiarme de una expresión que es, creo, de Le Corbusier—la «novela documental». Evidentemente, esa expresión es inexacta. Mi libro no es un informe sobre las cosas vividas, sino una tentativa de enfrentarme las experiencias interiores con las experiencias exteriores. Ahora bien la objetividad no puede hacerlo. El expresionismo tampoco pudo hacerlo, no era sino éxtasis, no se enfrentaba a la dura verdad de los hechos. En mi relato los hechos eran vividos y el éxtasis debía inflamarse a su contacto.

Siempre ha sido así, en todos mis libros anteiores. Así que en El cuestionario donde empleé simples preguntas objetivas, entremezcladas, para contar el proceso vivido, para desarrollar el hilo conductor de los hechos con todo aquello que conlleva.

Después de la primera guerra mundial, en los años veinte, los «felices veinte», alguna cosa surgió que no existía después de la Segunda Guerra Mundial: una formidable literatura de guerra. Todos aquellos que se habían visto implicados escribían sobre la guerra. Uno de los mejores fue Ernst Jünger. Había participado de la guerra como oficial de las trincheras, como teniente subordinado, después escribió un libro que, para mi, es todavía hoy la obra más auténtica sobre la primera guerra mundial. Ya que aquel que desee saber que es una zapa, lo encontrará en su libro; el que queira saber como se desarrolló, con detalle, lo encontrará; pero hizo algo más, lo que nadie más hizo, se planteó la pregunta: «¿Cúal es el sentido de esta guerra?» Era la primera vez que el hombre a través de la persona del guerrero, se enfrentaba a la materia. La materia era, o podía ser, más fuerte, pero no para el individuo. Para el individuo lo que contaba era probarse ante la materia y eso, para mi, es la llegada de una nueva era, de una nueva era histórica. Por vez primera, las cosas se emancipan, la materia se enfrenta al hombre. Yo tambiñen, durante mi primera detención, y más tarde, durante mi segunda detención en Moabit, me planteé la cuestión en cuando al sentido de mi acción. Es esa cuestión la que me llevó hasta Ernst Jünger.

Fundamos entonces, intentamos escribir una nueva enciclopeía, porque continuaba mis actividades revolucionarias... Me tomana por un revolucionario. Decía: lo que quiero ahora, es la revolución espiritual. ¿Dónde comenzar? Los franceses nos lo enseñaron: escribir una nueva enciclopedía, revisar todos los conceptos. Lo hicimos. Y los jóvenes escritores salieron en la derecha, lo que sorprendió entonces a todo el mundo. Hasta entonces era la frase de Thomas Mann, repetida por todos los hombres de letras, la que contaba: «A la derecha no hay espíritu. El espíritu no está en la derecha, está en la izquierda».

Yo me decía: «Derecha o izquierda, eso no me concierne». ¿Qué me importa el parlamentarismo? Eso le importa a los que se sientan en el parlamento. Lo que me interesa se encuentra en el conservadurismo: el espíritu de cuerpo». De golpe pensabamos reconocer el Estado en su elemento inicial, en el espíritu de orden. Habían asociaciones que llevaban por nombre el de Orden de los jóvenes Alemanes. La Orden como célula inicial del Estado, eso es lo que buscábamos. Lo encontramos. Pero cuando lo expresamos no supieron comprendernos, ya que mientras una gran ola había caído sobre nosotros, la del nacionalsocialismo que no aceptaba nuestros temas. Nos planteabamos como nuevo principio: ¿qué es el Estado?, ¿qué es la nación?, ¿qué es el pueblo? Y de pronto nuestras respuestas sonaron en todas calles, en la radio, en todas partes, pero el nacionalsocialismo empleó nuestros conceptos al revés. Desde el punto de vista intelectual era a la vez Dios y Diablo. La falsificación de todas nuestas ideas. No podíamos aliarnos con él; tal vez eramos los ńicos que no podían aceptar un compromiso con ñel, con Hitler, con lo que aportó.

Lo hemos explicado, eso fue claramente comprendido. Mientras Jünger eramos ya tan conocidos en el mundo que no podían correr el riesgo de tomar medidas contra nosotros.
Eran grandes palabras. Era como un Dios y todo era perfecto. Pero para nostros era el Diablo, el Gran Inquisidor de Dostoievski.
Toda la literatura de Hitler, toda su teoría, su Rosenberg con su libro, su cosmovisión del mundo no era real. Había buscado en todas las estanterías lo que le parecía eficaz para el momento, lpara presentarlo como visión central del mundo nacionalsocialista. No existía visión del mundo nacionalsocialistas, no existía filosofía nacionalsocialista. Era un conbglomerado de las opiniones más absurdas.
No puede usted imaginarselo: no sabia nada de Hegel, no sabia nada de nada, nada.


Notas
i El Putsch de Kapp fue el último gran intento militar de la extrema derecha nacionalista y monárquica de derrocar la recien creada república alemana. Toma su nombre del Consejero de Estado Wolfgang Kapp, dirigente de la Nationale Vereinung y del Deutschenationale Volsparteit.
ii Marinebrigade Erhardt, que tuvo por primer nombre el de II Marinebrigade  Wilhelmshaven, fue un Freikorps creado en 1919 por el capitán de corbeta Hermann Ehrhardt (1881-1971). Combatió en Berlín, Alta Silesia, el Báltico. Su intento de disolución fue el motivo inicial del llamado Putsch de Kapp.

lunes, 7 de enero de 2019

EL BUSHIDO


PREÁMBULO DEL GENERAL MILLÁN – ASTRAY
Es muy interesante y muy ameno libro El, BUSHIDO, de Inazo Nitobe, profesor de la Universidad Imperial de Tokio, miembro de la Academia Imperial del Japón; es bellísimo estudio del alma heroica del japonés. El Bushido es el código de moral ascética de los Samuráis antiguos guerreros medioevales; su origen es antiquísimo, quizá de hace varios miles de años. Se ajusta a las virtudes del alma japonesa: caballerosa, guerrera, sencilla, de culto profundo a los antepasados y veneración religiosa a su Emperador, que representa para ellos a Dios y a la Patria.
El Cristianismo se conoció en el Japón en el siglo XVI. Los principios de la moral cristiana no están en pugna, ni mucho menos, con el Bushido, que es anterior a Jesucristo.
El Bushido se inspira en reglas de la mas pura moral e iguala en su práctica, como el Cristianismo, a todos los hombres, sin separaciones ni privilegios de castas ni edades.
Los cuatro principios fundamentales del Bushido son:
NO DEJARSE SOBREPASAR POR NADIE EN SUS IDEALES.
SERVIR AL, JEFE SUPREMO.
SER FIEL A LOS PADRES.
SER PIADOSOS Y SACRIFICARSE EN BIEN DE LOS DEMÁS.
Los cuatro votos que impone el Bushido SON:
LA MUERTE LA FIDELIDAD LA DIGNIDAD Y LA PRUDENCIA
Las pestes del Bushido son:
EL SUEÑO, LA DISIPACIÓN, LA SENSUALIDAD y LA AVARICIA.
El camino del Bushido o la Vía de los Caballeros es:
CULTO Al HONOR, CULTO AL VALOR, CULTO A LA CORTESÍA, CULTO A LA PATRIA, representada por el Emperador.
Traduzco el Bushido limitándome a poner en castellano la edición francesa. Es homenaje de antigua gratitud a que un ejemplar de este libro me fué dedicado por el Representante del Japón en España, y porque estoy profundamente convencido de que el Bushido es, como camino, vía o regla de conducta de los caballeros, un perfecto credo.
Es interesantísimo y muy provechoso libro para las juventudes de un pueblo que después de larga época de decadencia renace y quiere ser esplendorosamente grande y libre, Es eminentemente espiritualista y desprecia el materialismo grosero y sensual.
En el Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas morales a los cadetes de Infantería en el Alcázar de Toledo, cuando tuve el honor de ser maestro de ellos en los años de 1911-1912. Y también en el Bushido apoyé el credo de la Legión, con su espíritu legionario de combate y muerte, de disciplina y compañerismo, de amistad, de sufrimiento y dureza, de acudir al fuego. El legionario español es también samurai y practica las esencias del Bushido: Honor, Valor, Lealtad, Generosidad y Espíritu de sacrificio. El legionario español ama el peligro y desprecia las riquezas.
Asimismo, en las normas difundidas, en mi ya larga vida, de moral militar y patriótica, las basé en las sabias Ordenanzas militares de Carlos III y las que emanan, como ellas mismas, del acervo de nuestra excelsa historia militar, añadiendo en parte las normas del Bushido, que transmite sus reglas por la leyenda y ordena cómo el caballero ha de vivir dentro del camino recto e invariable del honor, el valor, la cortesía, el culto a Dios y a la Patria y el espíritu de sacrificio. ¡Y es tan patriótico y espiritual, tan arrogante, tan bello, tan apartado del materialismo, del egoísmo, de las ruindades, de las cobardías, de las vilezas, de la ambición y de la envidia–ese ruin veneno que todo lo corrompe, que todo lo mancha, que todo lo entorpece—, que en él se ve el camino del soldado caballero! ¡Y canta con tanto esplendor y con tanta sublimidad el espíritu de sacrificio, que, con el Bushido, se confunden las normas de nuestra Moral cristiana! Ha de tenerse en cuenta que Inazo Nitobe, el autor del libro que traducimos, es cristiano.
El japonés fué siempre caballeroso, militar y guerrero. Vivía tranquilo, atrasado, ignorante, sin fuerzas militares debidamente organizadas para luchar contra el enemigo exterior. Un triste olía sufrió una afrenta que le infligió el extranjero. En lo intimo de su alma nacional reconoció su debilidad militar, que exasperó su espíritu guerrero ancestral, y desde aquel momento decidió emprender un camino de marcha difícil y penosa, de trabajo y de sacrificio, para llegar a ser un pueblo fuerte y, por lo tanto, virtuoso y guerrero. Era el año de 1855, y estamos en el año 1941. Todos sabemos dónde está hoy el Japón, con su fuerza y su pujanza y el papel preeminente e importante que ocupa hoy en el mundo. Pues todo eso es principalmente debido a la práctica del Bushido o Camino de los Caballeros.
Es el Japón un alto y deslumbrante ejemplo de camino a seguir por el pueblo, que, atesorando en su alma las condiciones más puras de la religión cristiana y de la caballerosidad y el valor heroico, hubo de caer en el envilecimiento por olvido de esas virtudes, y dejándose seducir por el materialismo recibió la afrenta y el pisoteo del enemigo, y que desde aquel momento quiere renacer y renace para ocupar el puesto que la voluntad de Dios, sus propios méritos y virtudes y su historia le conceden, utilizando para llegar a ello el camino de la moral cristiana, del honor, del valor y, principalmente, el del sacrificio—que es opuesto al del beneficio personal—, ya que sin sacrificio no puede haber ni honor, ni valor, ni Religión, y por lo tanto, ninguna clase de adelantos, ni menos de grandezas.
No os cansa más el traductor. Este saludo de proemio no es más que una cortesía en reverencia al Japón caballeroso, a Inazo Nitobe, el autor de tan bellísimo libro, y a vosotros, los que vais a leerlo, traducido a la lengua de Cervantes por vuestro servidor.
José MILLÁN -ASTRAY