domingo, 21 de diciembre de 2008

Diez años más tarde. Bernard Henry Levy sobre Junger con ocasion de su muerte


No es un artículo halagador pero Bernard Henry Levy, un claro enemigo de Junger, supo separar mejor la paja del grano y el Junger de verdad del elogiado por muchos autores y críticos a la moda en el momento de morir...

"Después de Brecht, Jünger. La misma santificación. La misma momificación instantánea. La misma forma de reescribir su biografía para expurgarla de todo lo que pueda atentar contra su imagen de gran escritor. ¿Nazi? No, nacionalista. Sólo nacionalista. Así titulaba, al día siguiente de su fallecimiento, un diario de la mañana. Por lo demás, éste es, en Francia, el tono general de la mayoría de las necrologías. Pero volvamos, una vez más, a los textos.

1923. Jünger ha publicado dos libros, Tormentas de acero y La guerra, nuestra madre. Una tarde, en el Circo Krone, escucha, por vez primera, a un joven agitador, llamado Adolf Hitler. Era «como una purificación», dirá. «No era un discurso, era un acontecimiento con la fuerza de lo elemental», en ese país «humillado» que era la Alemania de después del Tratado de Versalles. «Un desconocido hablaba y decía lo que había que decir y todos sentían que tenía razón»...

23 de septiembre de 1923. Acaba de enviar sus libros, con una dedicatoria entusiasta, «al guía nacional, Adolf Hitler». Y entrega a la Völkischer Beobachter su primer gran artículo político. Un artículo en el que anuncia la «revolución», pero «la verdadera», la que «todavía no se ha realizado», la revolución cuya base será «étnica» y cuyo estandarte será la cruz gamada. ¿El dinero? No, «no será el dinero el motor de esta revolución, sino la sangre». Porque la sangre «debe asegurar la libertad del todo a costa del sacrificio del individuo, debe lanzar sus olas contra todas las limitaciones que nos oprimen, debe eliminar todos los elementos que nos perjudican».

1926. El el pustch de la cervecería ha fracasado. Hitler se convierte -o finge convertirse- a la estrategia de la acción legal. Jünger, con sus amigos del Standarte primero y del Arminius después, periódicos ultranacionalistas que son el laboratorio del fascismo naciente, lucha a favor del reagrupamiento en torno al «núcleo lleno de sangre» de los grupos de ex combatientes, extremistas (radikalen), racistas (völkischen) y nacionalsocialistas (national-sozialen), que pululan en la Alemania de la época. El «único medio» del que estamos seguros al cien por cien, sigue diciendo, es que nunca utilizaremos «el electoralismo».

1930. Se acerca el asalto el poder. Jünger se distancia del Kniebolo. Pero sigue creyendo en la virtud redentora de la guerra. Sigue pensando que la nación, entendida como comunidad de sangre (Blutgemeinschaft) es el motor de la Historia. Y le entrega al Süddeutsche Monatschette un texto titulado A propósito del nacionalismo y de la cuestión judía. En él dice, entre otras cosas, «en la medida en la que la voluntad alemana vaya ganando en claridad y vaya encontrando su forma, la más mínima esperanza de que un judío pueda ser alemán en Alemania será sólo una vana ilusión y se verá colocado ante una última alternativa: o ser judío en Alemania o no ser». ¡Toda una declaración de antisemitismo en boca de este aristócrata del que nos dicen que jamás de los jamases sucumbió al virus antisemita!

Años 30. Es cierto que se niega a entrar en la Academia alemana de la poesía. Protesta contra la noche de los cuchillos largos y contra la eliminación del ala progresista del partido nazi. De hecho, se va. Se aleja, no sólo política, sino también físicamente de la Alemania nazi. Es la época de sus viajes a las Azores, a las Canarias, a Marruecos y a París. ¿Pero se puede decir realmente que el autor de Trabajador, que el apóstol de una raza destinada a realizar la «revolución técnica anticristiana» rompe con Hitler? ¿Se puede admitir, como lo hizo Fran¢ois Mitterrand en su homenaje de 1995, que «diseña el espacio de la libertad humana y de sus auténticos combates»? Jünger sigue siendo antiliberal. Sigue siendo definitiva y ferozmente antidemócrata. El inspirador del primer nacionalsocialismo comparte, hasta el último momento, el principio mismo de su política.

París. Años 40-44. Se transforma en el amigo de los escritores y en el oficial elegante del Florence Club o del Raphael. De esa época, conocemos la publicación en el Journal de sus emocionadas páginas sobre el uso de la estrella amarilla. Pero, ¿por qué no se citan también los fragmentos sobre Laval y Pétain, su adhesión, jamás desmentida, al principio mismo de la colaboración? ¿Por qué nadie se sorprende de verle, siempre en el Journal, tratar con tanta severidad a la Resistencia francesa? Pierre Gar¢onnat (uno de los intérpretes más agudos de la política jüngeriana) dice: «Para este extraño antihitleriano, la frontera no pasa tanto entre resistencia y colaboración como entre ruptura y nobleza».

Se cantan las glorias de Jünger por haber sido europeo. Los nazis también lo eran. Se le considera el «precursor de la ecología». Los movimientos juveniles nazis, también. Queda el escritor -¿el gran escritor?- que, por definición, está por encima de todas estas desviaciones. Y sobre ese tema, hay división de opiniones. Por un lado Gide que, desde 1942, sostenía que Tormentas de acero era «el más bello libro de guerra» jamas escrito. Y por el otro, los que «libro de guerra» por «libro de guerra» prefieren, ateniéndonos sólo a los contemporáneos, Viaje al fondo de la noche o Rigodon. ¿Jünger o Celine? Este es el auténtico debate."


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