Michael Hayden es un general retirado de la Fuerza Aeres norteamericana. Ha sido director de la National Security Agency, primer director ejecutivo del DNI (Director of National Intelligente), y finalmente director de la Central Intelligence Agency.
Fue director de la NSA de 1999 a 2005. Su periodo como director de la NSA coincidió con la actualización de los medios empleados informaticos empleados por esa agencia, así como con numerosas acusaciones de espionaje sobre ciudadanos norteamericanos.
El 2005 pasó a ser el primer director del DNI y el 2006 a ser director de la CIA, un cargo tradicionalmente ocupado por civiles, tras la dimisión de su predecesor. Ocupó la dirección de la CIA hasta febrero de 2009.
El libro cubre la carrera del general Hayden basicamente desde sus tiempos en la NSA hasta el cambio de guardia en la CIA, tras la elección de Barack Obama, es decir desde los años finales de Bill Clinton hasta el 2009, un periodo de excepcional importancia en la vida norteamericana en que sus servicios de espionaje se han sito envueltos en numerosas controversias: su incapacidad para detener los ataques del once de septiembre, la supuesta presencia de armas de destrucción masiva que condujeron a la invasión de Irak, el espionaje electrónico sobre ciudadanos norteamericanos, así como sobre instituciones internacionales no consideradas como enemigas y gobiernos amigos, el empleo de cárceles en terceros países e incluso el de la tortura como medio de obtención de datos, el caso Snowden y Wikileaks.
El libro debería tener todo para ser interesante. Hayden fue primero director de la NSA en tiempos de Clinton y Bush y después de la CIA hasta los primeros meses de Obama. Con anterioridad, su carrera en los servicios de información llega hasta sus años como oficial subalterno y agregado militar, durante el final de la guerra fría, que rememorará en alguna de estas páginas.
Sus nombramientos para los más altos cargos dentro de las agencias de Información en Estados Unidos coinciden con un momento de cambio dentro de las agencias de información, tanto en sus objetivos como en sus medios, cuando se pasó de un enemigo principal, claramente definido y tecnológicamente inferior, la Unión Soviética, a un mundo donde los enemigos no están tan claros --a lo largo del libro veremos como el 80% de los recursos de la CIA están dedicados a un país con el que no está en guerra: Iran-- y en el que además las nuevas redes terroristas están a la misma altura tecnológica que los organismos institucionales.
Los párrafos destinados a dsicutir los nuevos medios de interrogatorio son decepcionantes. |
Desgraciadamente no es el caso: este es un libro institucional, escrito por alguien que se ha separado de un alto cargo público y está obligado, por toda una vida de compromisos, a defender no tan sólo sus elecciones, sino además las instituciones en que ha servido y dirigido, a sus superiores directos, que incluyen a dos presidentes norteamericanos poco amigos de cumplir con los derechos humanis, pero también a sus subordinados y a las políticas seguidas por esas instituciones, que en el caso de la NSA incluyeron, posiblemente, nuevos metodos de obtención ilegal o alegal de datos de millones de ciudadanos que empleaban Internet, y en el de la CIA incluyen, incluso hoy, asesinatos de líderes enemigos, detenciones en puntos negros, o el empleo de métodos coercitivos en los interrogatorios. Son años también de reorganización y reestructuración de las agencias, de aparición de nuevas tecnologías y esas nuevas tecnologías, así como los vacíos legales que las rodean, ocuparán bastantes páginas del libro.
¿Cómo explicar algunos de los peores errores del espionaje americano? El autor no lo hace. Parece comportarse como si el no reconocerlos los borrase. Los datos de la NSA no impidieron el Once de Septiembre, pero sí ataques posteriores, si creemos al autor. Tampoco se nos explica porque las agencias de información respaldaron la presencia de armas de destrucción masiva en Irak. Se trató de un error en el análisis de información, aunque el autor, sin podernos explicar convincentemente como se cometió ese error, insistirá en la ausencia de presión por parte de la presidencia norteamericana en ese sentido.
Gran parte de los capítulos iniciales del libro, los que deberían atraer al lector hacia el mismo están consagrados a política de oficina, nombramientos, cargos, colocación de personal y a los mecanismos que rodean esos nombramientos, así como a una serie de análisis en los que el autor trata de transmitir una idea de normalidad a una actividad que no tiene nada de normal o usual, el espionaje. Convierte así un tema que podría ser excitante en una serie de actividades burocráticas y administrativas que podrán aburrir a cualquiera que no siga C-Span de forma regular.
El análisis que hace Hayden en esos capítulos iniciales de su papel en la NSA no es el de un jefe de espias, por momentos parece el jefe de una industria anticuada y caduca que sobrevive gracias a las ayudas oficiales, que necesita renovarse, hablando de nuevas tecnologías, licencias y problemas administrativos a un consejo de administración envejecido y poco convencido. No es que en esos capítulos no tenga momentos de humor: como cuando su esposa, tras ver Enemy of the State, una película de Will Smith en que los agente de la NSA son los malos más malos y el aspirante a director de esa entidad el peor de todos ellos, le pregunta que a quien ha tenido que matar para llegar al cargo—en la película el aspirante a jefe de la NSA mata a un Senador... nada grave, hay otros 99.
Supongo que esta forma de abordar el tema, cuya sequedad no podía escapársele al autor, tiene que ver con su afirmación en las primeras páginas de que no ha conocido a ningún Jack Bauer (el torturador de la serie televisiva 24, interpretado por Kieffer Sutherland) en sus años al frente distintas agencias, sino que todos sus subordinados y colegas han sido gente perfectamente normal, un corte representativo de América. A todo lo largo del libro abundarán los intentos de normalizar la situación, tanto del autor como de sus subordinados. Hay una intención clara a lo largo del texto: explicar que nosotros, los miembros de los servicios de información somos como vosotros, los lectores norteamericanos.
Estamos frente a una biografía institucional, quizás por ello cada noticia que recibe relativa a su trabajo la recibe cerca de su esposa o en medio de una actividad familiar, y en los capítulos trece y quince del libro extiende esa familiaridad a los miembros de la CIA, para pasar del combate burocrático a los problemas personales que comportan sus actividades para los miembros de sus familias, las esposas que no tienen el mismo apoyo que, por ejemplo, la esposa de un soldado cuando pierden a uno de los suyos. Quizas por ello la prosa dedicada a contar un picnic familiar de miembros de la CIA con sus esposas e hijos es más agradable que la dedicada a hablar de los pasos que llevaron hasta la aprobación del waterboarding y otros medios coercitivos, comportamientos que Hayden se niega en todo momento a definir como tortura, porque, como nos explica, la tortura es una conducta criminal y los funcionarios que han llevado a cabo esos actos lo han hecho dentro de los límites de la ley americana.
En algunos capítulos la principal tarea del director de una agencia de espionaje parece ser moverse en los pasillos de Washington, soportar críticas, responder críticas, puntualizar en que punto la adquisición de información--metadatos resultado de la intercepción de correos electrónicos--sobre ciudadanos norteamericanos pasa a ser espionaje, o a no serlo (si atendemos sus puntualizaciones), y en que momento la deprivación sistemática sueño del sueño de los detenidos y el waterboarding son o no torturas (de nuevo un terreno ambiguo para el autor), de la misma manera que en bastantes páginas el autor juega con los conceptos y reduce conductas que afectan a personas, a veces de forma muy negativa a meros procedimientos administrativos.
Cuando Hayden viaja y debate fuera de Washington su libro se hace más interesante, probablemente porque tiene que explicarles a sus lectores norteamericanos cosas que les son ajenas de la misma manera que en su momento tuvo que explicárselas a sus jefes. Su regreso a Bulgaria, donde en otros tiempos espió, sus conversaciones con el jefe del Mossad que le obliga a explicar que como funcionario norteamericano no puede animar en otras agencias conductas que le están prohibidas en su propia agencia (están hablando sobre el asesinato de científicos iranies), sus conversaciones con el número dos de Mubarak en Egipto, las críticas recibidas en Alemania por espiar a los dirigentes de un país amigo...
Los capítulos finales del libro nos remiten a la elección de Barack Obama. Durante la campaña electoral, al menos para el autor, la principal baza electoral de Obama era que no era Bush y habló en contra de las detenciones de sospechosos terroristas en terceros países --donde no les cubrirían las garantias legales norteamericanas--, del cierre del campo de prisioneros de Guantanamo, del final de las torturas y liquidación de líderes enemigos. El autor hace notar que Obama, una vez llegado a la Casa Blanca ha continuado esas políticas y de hecho las ha intensificado en estos últimos años, pareciendose más los años de Obama al segundo periodo presidencia de Bush que el segundo periodo presidencial de Bush a su primer periodo. En un momento dado del libro, y hablando de los primeros años de Obama hace notar que los principales partidarios de su política antiterrorista fueron los partidarios del anterior gobierno más que sus propios electores. Sin embargo la llegada de Obama, que Hayden parece preferir a la posible elección de McCain, fue acompañada de dudas por gran parte del personal que trabajaba en la CIA y la NSA, y su lenguaje inicialmente criticado por los ex directores de la CIA (excepto por Bush padre que como ex presidente debió permanecer al margen), hasta que pudo verse que el cambio de lenguaje no significaba ni la persecución de aquellos que durante gobiernos anteriores habían realizado los actos criticados por el nuevo presidente durante su campaña electoral, ni por un cambio real de la política de las agencias de espionaje. Pese a todo el autor insiste en su papel en sus ultimos meses como jefe de la CIA defendiendo las políticas conducidas anteriormente, y en el hecho de que expresó claramente al nuevo presidente que no debería perseguirse a los agentes que ejecutaron políticas presidenciales anteriores debido a un cambio de las mismas: las políticas de la CIA las dicta la oficina del presidente independientemente de quien sea este.
El libro tiene puntos interesantes, debajo de una prosa que obstaculiza más que favorece la comprensión de lo que está pasando. Sobre todo al lector no norteamericano. Hay que decir que, cuando el autor se ve en la necesidad de explicar una situación a la que los lectores norteamericanos son normalmente ajenos, como la rara composición del estado pakistani, o la existencia de la teocracia iraní, sabe hacerlo muy bien, resumir situaciones a veces complicadas de forma fácil de seguir... el problema está en que más de la mitad del libro está dedicado a cosas que asume que su público, aquel para el que ha escrito el libro, el norteamericano, y no sólo el norteamericano sino el que sigue atentamente la política y conoce el funcionamiento de su burocracia, deberá comprender sin explicaciones adicionales...
Es una versión oficial, una historia oficial en la que los errores (por no decir los crímenes) se ven minimizados y ocultados tras la terminología administrativa. No teníamos derecho a esperar nada más: el libro ha sido escrito desde la defensa de unas instituciones en que el autor cree y estuvo implicado, y eso excluye en gran parte del mismo tanto las grandes preguntas comprometedoras como las grandes respuestas críticas. Y por descontado también los ataques personales. Lo más parecido a una intencionalidad política en el libro son los capítulos finales, dedicados a Obama donde el entorno de este, más que el mismo presidente, pueden sentirse criticados, porque atacan a sus predecesores pero practican sus mismas políticas. Pero incluso esa crítica queda envuelta en demasiadas palabrería.
En pocos lugares fuera de Estados Unidos podrá gustar un libro que justifica, entre otras cosas, Guantanamo--un campo que al parecer no está tan mal porque tiene una biblioteca donde puede leerse a Harry Potter, lo que equilibra la deprivación de suelo y el waterboarding--, o las políticas de la CIA durante los diez años que estuvo al frente de la misma.
Un coñazo de libro para norteamericanos que aún crean en sus instituciones.