Editado en Español por Ediciones FIDES y una lectura recomendada y recomendable. |
Ya
está, ya he dicho todo o casi todo lo que me asquea hoy más que
nada y me convierte en un insumiso.
Añado
inmediatamente que tengo otros motivos para revolverme y no someterme
en este mundo que nos han creado: sex,
fun and money.
Confieso mi asco hacia la impostura satisfecha de los poderosos e
impotentes señores de nuestra decadencia, corruptos hasta la médula,
serviles ante los verdaderos poderes y las nuevas mafias. Si, los
soberbios o lamentables dueños de la prensa y la publicidad, de las
religiones, la política o la finanza me inspiran más desprecio que
revuelta. Revolverse sería reconocerles una importancia de la que
carecen. Antaño, me alzé contra un hombre cuya política me parecía
nefasta, pero aquel personaje, por odioso que me pareciese en su
momento, era verdaderamente grande. Hoy, delante de estos enanos
pretenciosos y malhechores, soy un insumiso. Hablando claramente, "no
marco el paso". Hace ya tiempo que no creo en los discursos
melosos y moralizantes, que esconden estafas devaluadas.
Por
el contrario y en la distancia me siento en armonía con un gran
insumiso que ha atravesado los tiempos y en el que nadie piensa. Sin
embargo es el modelo por excelencia. El caballero de Durero.
El
caballero, la Muerte y el Diablo... admirable figura grabada por
Durero en 1513. El artista genial, que ejecutó por lo demás por
encargo tantas obras religiosas edificantes, mostró ahí una
libertad confusa y audazmente provocadora... En aquel momento no era
de buen tono ironizar sobre la Muerte y el Diablo, terror de la buena
gente, mantenido por aquellos que se aprovechaban del mismo. Pero él,
el solitario Caballero de Durero, con la sonrisa irónica en los
labios, continua cabalgando, indiferente y calmado. Al Diablo no le
concede ni una mirada. Sin embargo ese espantapajaros tiene una
terrible fama. Terror de la época, como recuerdan tantas danzas
macabras y compras de indulgencia, el Diablo está emboscado para
atrapar a los muertos y arrojarlos a los braseros eternos del
Infierno. El Caballero se burla y desdeña a ese espectro que Durero
ha querido ridículo. La Muerte, ella, el Caballero la conoce. Sabe
que está al final del camino ¿Y qué? ¿Qué puede en contra suya,
a pesar de su reloj de arena, blandido para recordarle al caballero
el paso inexorable de la vida? Eternizado en la imagen, el Caballero
vivirá para siempre en nuestro imaginario más allá de los tiempos.
Solitario, al paso firme de su corcel, la espada al flanco, el más
celebre insumiso del arte occidental cabalga hacia su destino en
medio del bosque y de nuestros pensamientos, sin miedo ni ruego.
Encarnación de una figura eterna en esa parte del mundo que llamamos
Europa.
La
imagen del estoico caballero me ha acompañado a menudo en mis
revueltas. Es verdad que soy un corazón rebelde y que no he dejado
de alzarme contra la fealdad invasora, la bajeza ascendida al rango
de virtud y contra la mentira alzada al rango de verdad. No he dejado
de alzarme contra aquellos que delante nuestro, han querido la muerte
de Europa, civilización, pueblo y potencia, sin la que no sería
nada. Mi vida se ha confundido en parte con una época de regresión
para franceses y europeos, precipitada por las catástrofes del Siglo
desde 1914, el día después de la Segunda Guerra Mundial, el de la
guerra de Argelia, esperando la globalización americana. A despecho
de algunas ilusiones fanfarronas sostenidas en Francia y otras
partes, estaba ya claro para el joven que yo era que las dos
potencias hegemonícas reunidas en Yalta en 1945, América y Rusia
estalinista, habían arrancado a los europeos la conducción de su
destino, lo que repercutía en su vida cotidiana y sus
representaciones, Eso se amplificó después de 1990, después de la
URSS, cuando Estados Unidos se volvieron hiperpoderosos, impusieron
la mundialización financiera a otras naciones y a los pueblos
transformados en consumidores de productos inútiles y desechables.
PARA CONSEGUIR EL LIBRO DIRIGIRSE A